miércoles, 15 de septiembre de 2010

El rostro, pasaporte por la vida


El rostro, especialmente, ha sido víctima tradicional de análisis y concepciones, porque esa zona del cuerpo humano es la mas expuesta a las miradas, la primera impresión a los ojos ajenos y por tanto constituye una suerte de “pasaporte por la vida".

La belleza es conceptuada por los expertos en estética como una perfección subjetiva que despierta un sentimiento de agrado, y cuya apreciación depende a la vez del observador y del observado. Por eso, al decir “fulana es muy bella”, no definimos una característica objetiva, sino subjetiva. Belleza y fealdad son indefinibles por patrones estrictos e inmutables, y deben analizarse en interacción con el contexto donde se realiza la valoración.

Pero aunque los poetas quisieran dejar en el limbo filosófico las concepciones de belleza, los científicos prefieren atraparlos entre ecuaciones y guarismos matemáticos, para intentar explicar objetivamente porque una persona es o no consideraba “bella.”

Dos psicólogos de la universidad de Texas, las doctoras Judith Langlois y Lori Roggmann, creen haber dado con parte de la clave, siguiendo un camino trazado desde el siglo XIX por el biólogo inglés Francis Galton. Utilizando fotos superimpuestas de diversas caras, Galton obtuvo un “rostro promedio” y observo que el conjunto tenia una apariencia “mejor” que las imágenes individuales.

Langlois y Roggman reeditaron el proceso por computadoras y digitalizaron las imágenes de 96 hombres y 96 mujeres, sin barbas, bigotes, aretes ni espejuelos. Dividieron cada retrato en una red de cuadriculas, asignaron a cada una un valor numérico y los promediaron para obtener la media estadística. Al mostrar los resultados a observadores de diversas procedencias sociales, casi todos calificaron las imágenes “compuestas” como mas atractivas que las naturales.

Langlois estima que esto se debe a razones psicológicas, porque la mayor parte del genero humano prefiere objetos y apariencias “típicas”, mas fáciles de identificar. Roggman, más controversial, se basa en la selección natural, afirmando que para muchas características fisicas, el valor promedio es el mejor para la supervivencia.

Puede argumentarse que el rostro no es un factor directo en la lucha por sobrevivir (aunque hay quienes viven de su cara “dura”) pero la investigadora norteamericana piensa que al escoger las imágenes compuestas, los observadores tienden a seguir el instinto favorecedor del promedio.

Según el esteta y cirujano plástico español, doctor Rafael de la Plaza Fernández, la belleza debe entenderse también como un concepto en evolución, pues según las obras del arte universal, en siglos anteriores la maternidad y cierta robustez en las formas eran signos de salud y hermosura. Esto, desde luego, dista bastante del biotipo de hoy, cuando las modelos sufren dietas de hambre para de seguir esbeltas.

En cuanto al rostro en especifico, De la Plaza Fernández refiere su tesis a la famosa Gioconda o Mona Lisa de Da Vinci, que bajo los cánones actuales no es tan bella, pero su verdadero encanto radica en la sonrisa enigmática. Esto apoya un criterio mas universal: Si la valoración de los seres humanos dependiera solo del aspecto físico, solo una minoría pasaría con éxito un estricto “examen de belleza”, pues pocas personas pueden vanagloriarse de ser total y perfectamente bellas.

Por razones obvias, el sexo femenino siempre ha sido mas preocupado por su apariencia personal y la impresión que causa a los demás, sobre todo al sexo opuesto. En general, las mujeres excepcionalmente bellas se sienten por eso mismo tan seguras de si y del imperio que ejercen sobre los demás, que con frecuencia logran imponerse con relativa facilidad, centralizando las atenciones masculinas en el medio social donde se mueven. Pero si esos atributos no van con valores internos, la belleza exterior puede ser la envoltura de una fealdad interior o una personalidad superficial.

El autor de este articulo no pretende sentar cátedra sobre la belleza ni tampoco consolar a las personas consideradas de escasa hermosura física, pero no puede negarse que siempre han existido quienes cultivaron otras cualidades y fueron personalidades ricas y fuertes, con sana energía de carácter y singular atractivo.

Existen valores intelectuales y espirituales que conforman la “belleza interna”, integran la personalidad y transforman la imagen que ofrecemos al mundo, si logramos madurez y seguridad en nosotros mismos con una valoración realista de los defectos y virtudes personales, aunque no es nada fácil conseguirlo.

Por otra parte, todos sabemos que un momento de alegría, satisfacción o amor puede embellecer un rostro aunque no sea intrínsecamente bello. A la inversa, un bello rostro puede tomar una expresión desagradable durante instantes de odio, temor o disgusto.

El equilibrio entre expresión facial y personalidad responde también al desarrollo intelectual. Por eso, la faz de las personas excesivamente infantiles, neuróticas o hipocondriacas no lucen nunca totalmente atractivas, por muy bellas que sean físicamente.

Si se observan con atención los rostros de un grupo de adolescentes, se ve que todos tienen un aspecto que podríamos llamar el “aire generacional”, pues a los peinados, modos y vestimentas similares se agregan la similitud de expresiones, ya que la inmadurez y la inexperiencia tienen la misma cara en todas partes.

Cuando pasan los años y los adolescentes se hacen adultos, sobre su rostro quedan las huellas del camino, de las alegrías y sufrimientos que lo van marcando con las contracciones y tensiones musculares con las cuales reaccionamos ante ellas. Es la vida que impulsa a la lucha diaria, marca surcos en la frente, blanquea las sienes y traza el “relieve emotivo” que va cincelando el rostro del ser humano, testimonio de lo que cada cual ha vivido.

Algunos las llaman “las huellas de la existencia”, pero infeliz quien no las tenga, pues no habrá existido sino vegetado. Nadie debe maldecirlas, porque en cierta forma pueden embellecer a quienes han sabido andar por la vida con dignidad y decoro.

En resumen, la belleza no es un rasgo aislado sino un elemento en la valoración, que unido al carácter y la personalidad reflejan la totalidad del ser humano y constituyen nuestro “pasaporte por la vida.” Porencima de los patrones básicos de belleza, construidos por el habito y la tradición durante milenios de historia y a los cuales difícilmente se escapa, puede afirmarse también la idea de una belleza morfológica, resultante de la integración presencia fisica-caracter.

Puede haber rostros de perfecta armonía externa, pero si no están sostenidos interiormente por el relieve del carácter y la personalidad, serán de una perfección inexpresiva o superficial, por eso la falta de una belleza estricta en las formas no disminuye el valor de quienes hayan sabido enriquecer y proyectar sus contenidos y aspiraciones en el mundo, obteniendo satisfacciones importantes que les permitan realizarse.

Y ni siquiera el tiempo podrá atemorizar a quien además de cuidar su aspecto físico haya logrado desarrollar otros valores, pues la vejez solo puede eliminar una parte de su persona. Son esos que, como dijera el desaparecido actor francés Maurice Chevalier, han sabido “envejecer con elegancia.”

1 comentario:

  1. Sr. Guillermo Rodríguez: He visto que el 15 de septiembre de 2010 publicó ud. en su blog mi trabajo "El rostro, pasaporte por la vida", sin mención de autor, lo cual me parece poco ético pues ya que es su blog, el lector podría atribuir a usted ese trabajo, que en rigor no le pertenece. . Ese comentario es original mío, publicado antes por la Agencia Prensa Latina y otros sitios web con mi autorización. Le agradezco que lo haya publicado, pero debería usted incluir el nombre del autor en los trabajos que publique que no sean originales suyos.
    Atentamente, Ricardo Potts Cabrera. Si quiere responderme puede hacerlo a rpotts47

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